21 oct 2012

El viento que arrasa - Selva Almada



Quizá amortigüe la culpa no haber escuchado cantar al gallo, pero tres veces negué esta novela antes de que su lectura traspasara mi frente y cual converso, me disponga a dar testimonio de ello.
No fueron los falsos profetas de siempre acostumbrados a ensalzar semanalmente libros en diarios o revistas especializadas a los que debo la advertencia desoída. De haber sido así otro sería el tamaño de mi culpa. Fueron tres escritoras, con no más de veinte días de diferencia, quienes alzaron sus féminas voces señalándola. Y no oí.
Gabriela Cabezón Cámara, de visita por la Villa se acerco a la librería, y entre charlas me conmino fervientemente a que la lea. Pasé.
Laura Escudero también anduvo por estos pagos disertando en el primario de mi hija y ante la pregunta de qué libro le gustó o recomendaría, no dudó en responder y coincidir con su colega. Yo, incrédulo, volví a pasar.
La tercera, como impera en estos digitalizados tiempos, llegó vía facebook: Sandra Comino comentó fascinada su adhesión absoluta al culto del viento arrasador. Entonces sí, me acerque despacio al estante, mire los autos oxidados de la tapa, y empecé a leerla. No paré.

Un desperfecto mecánico en el coche, obliga al reverendo Pearson y su hija adolescente a hacer escala en una precaria estación de servicio con taller anexo, en el límite paisajístico donde la pampa santafesina comienza a transformarse en monte chaqueño y la densidad de personas por km2 desciende al orden de las décimas.
Un curtido habitante de ese paisaje y su entenado hijo, regentean el lugar y ofrecen las condiciones mínimas para la espera. En esa interacción, la verba inflamada del pastor, los deseos soterrados o el calor agobiante, terminarán por fermentar una de esas tormentas de verano, que amenazan mucho más cambios de los que concretan.
Una novela donde las madres son absolutas protagonistas por ausencia, ambos jóvenes las han perdido, ella, siempre en movimiento con su padre peregrino, recuerda a la suya anclada en algún paraje; por el contrario el pibe, fue amarrado a ese taller por su madre, antes de que se pegara el palo rumbo a Rosario.

Y se sabe, que pocas ausencias son tan profundas como las de una madre. Feliz día a todas ellas entonces, estén o no.