18 abr 2010

Cuentas Pendientes - Martín Kohan


Durante mi estancia en la capital cordobesa, compartía con cinco amigos un ruinoso departamento cuyo alquiler pagábamos en sendas rigurosas partes. Era un deber ético, solidario y de convivencia, no retrasarse jamás en el aporte común, pues dicha situación comprometía, más aun, los ya de por si alicaídos bolsillos de los demás. Fue una hermosa edición de los Cuentos Completos de Roberto Arlt, con tapas negras y prologo de Ricardo Piglia que saco seix barral aquel año, la causa de que al día de hoy, cuando coincidimos en algún encuentro con ellos, todavía me reputeen por ese mes de alquiler que tuvieron que bancarme.

Cuatro son los meses de alquiler que debe Gimenez, el octogenario protagonista de Cuentas Pendientes, aunque el desvío de fondos en este caso, responde a una causa mucho más obsesiva que la mía: sumar fracasos yéndose de putas, a sabiendas de que la firmeza de su deseo no se corresponde con la flacidez que muestra esa parte de su físico.

La voz dominante del acreedor, nos ira narrando un perfil miserable y decadente del moroso viejito, quien ocupa para sí un departamentito minúsculo en planta baja, mientras que su insoportable ex mujer y su convaleciente ex suegra, ocupan uno mas espacioso en el tercer piso, acrecentando no solo su deuda, sino fundamentalmente su oprobio, al no poder desligarse de ellas. La solitaria y anodina vida de Gimenez se completa con la única amistad del retirado coronel Vilanova, a quien suele aportarle algún dato interesante para su negocio de venta de autos usados, que el militar retribuye ahora en dinero, aunque en oscuras e innobles épocas supo agenciarles en adopción una hija de desaparecidos nacida en cautiverio.

Terciando la novela, locador y locatario se encuentran frente a frente, en diferentes y obvias condiciones de fortaleza, que el transcurrir de ese cruce ira lavando, hasta dejar al descubierto las cuentas pendientes que también corroen al dueño.

No voy a ahondar aquí en la calidad de la prosa de Martín Kohan, por todos ya conocida, basta un sustantivo tuneado en adjetivo por obra y gracia de la cultura popular cordobesa: un librasazo!

10 abr 2010

Nivel Medio - Sergio Gaiteri


La parálisis que afectó a este blog durante algunas semanas, tuvo sus raíces en la temporada de texto escolar, hecho que anualmente nos pone en estado de catatónica ansiedad. Durante ese período, la librería se asemeja a esos apacibles pueblitos serranos que en verano se ven sacudidos por una marea de “turistas”, cuyos estados de animo van desde la histérica ansiedad de los más pequeños hasta la apática pereza de los adolescentes. Esa coloratura de caracteres se sintetiza por proximidad en la personalidad del librero, tornándolo un ser irascible y soez, seduciendo la insanía. Aquellas personas de buen corazón, sabrán disculparlo.
En ese contexto escolar también se desarrolla Nivel Medio, la primer novela del cordobés Sergio Gaiteri, edición que esperaba con abundante expectativa, menos por la excelente performance obtenida en un par de concursos (fue finalista del premio Clarín/08 y Emecé/09) que por haber leído el cuento homónimo en su anterior trabajo, Certificado de Convivencia.
Aquel cuento, se transformó en el primer capitulo de la novela, presentándonos a un joven docente de literatura principiar su carrera laboral al frente de un curso entre cuyos alumnos se destaca, por discordancia, Alfio, un pibe que destila un impasible odio hacia la escuela en general y a una pareja de compañeros en particular; sentimiento que solo se hace visible en las producciones literarias exigidas por el docente, plasmado en una prosa refinada cuyo estilo lo emparenta más que a Güiraldes, a Marilyn Manson.
Alfio parece ser un artefacto a punto de estallar, pero su figura queda desactivada de la trama cuando Claudio, el docente, descubre que su mujer lo engaña con el odontólogo para quién trabaja de secretaria. El propio peso de esta noticia termina por torcer el eje de la novela, intercalándose a partir de allí, las voces de quienes comparten la misma mujer. Ambos protagonistas pertenecen a contextos y generaciones distintas, sin embargo la manera en que afrontan las relaciones personales son parecidas: prima en ellas el desconcierto, la duda, la imposibilidad de descifrar el mecanismo que las constituye y que tan bien parece manejar la mujer que los iguala. Cada uno afronta su historia personal con ese karma a cuestas, y por esa ladera desfila la novela, sabedora de que la última es solo una página más.
El día que llegó este libro, apenas termine de cenar, lo calcé debajo del brazo y enfile para la pieza. Cuando lo termine y volví a tomar conciencia de quién era y donde estaba, mi mujer y los chicos hacia rato ya dormían. Lo deje arriba de la mesita y me dormí con la sensación de aquel plateista, que aunque su equipo ganó por goleada, espera la salida del técnico para reprocharle por lo bajo: Gaiteri, ponelo al pibe!