A manera de homenaje en el día de los Trabajadores, juzgo pertinente reseñar una novela cuyos protagonistas aborrecerían que se los considere parte de ese colectivo. El libro todavía no fue publicado en Argentina, pero en España ya lleva un par de ediciones, y cuenta entre sus atractivos el hecho, no menor por cierto, de haber sido la primer novela que pariera el finado Roberto Bolaño, autor al que una pléyade internacional de fanáticos (que no me incluye) le profesan al día de hoy, gran admiración y reverencia. Fue escrito en colaboración con Anthony García Porta, un amigo que el chileno supo agenciarse durante su estadía en Barcelona, ciudad cosmopolita que sirve como contenedora de la trama. Narrada en primera persona, el protagonista es un joven catalán cuya apatía existencial apenas es perturbada por la idea de convertirse en escritor, situación que pospone en pos de seguirle el tren a la mujer de la que esta enamorado:
Ana Ríos Ricardi, sudamericana, veintidós años, pelo corto, había elegido el camino, en realidad el atajo, y yo parecía encantado, fijo en el asiento del copiloto, apenas con la entereza necesaria para intentar contar los árboles que corrían en sentido inverso. Encantado era la palabra justa. Con esos árboles, me dije, fabricarán naves similares a las que acabo de quemar. Comprendí que me había arruinado y eso ya era un éxito.
Ana, podrida de la dignidad que otorga el trabajo, máxime cuando este es decente, lo arrastrará por el venturoso camino del delito, asaltando sus antiguos lugares de empleo.
¿El futuro? Maravilloso! Trabajar y trabajar para edificar no sé qué país, tonterías de esas que sólo creen alemanes y belgas. Cuarenta años más y luego retirarse con una módica pensión del estado; eso en el caso de que antes hubiéramos conseguido trabajo, posibilidad cada día más remota.
La personalidad violenta y psicótica de la mujer, ira minando las salidas a ese itinerario de crímenes al estilo Bonny & Clide, del que ya no podrán volver juntos.
El largo y ocurrente título de la novela hace referencia a la veta Joyceana del personaje central, y procede de un poema de Mario Santiago, aquel de Los Detectives Salvajes, “consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger”, aunque para este post, hubiese sonado mejor Feliz día, Trabajadores!
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