18 ago 2021

Satisfaction - Pablo Ottonello

 



Cuenta Keith Richards en este libro que rodando de gira por Florida en mayo del 65, compuso una de las canciones más famosas de la historia del rock mientras dormía. Tal cual: “No lo sabía ni yo mismo. Lo supe por mi pequeña grabadora Phillips. No sé que me llevó a verificar la cinta esa mañana; era nueva, la puse en la grabadora la noche anterior y se había terminado. Rebobiné y escuché Satisfaction. Era un esbozo. Luego se me oye roncar durante cuarenta minutos”. Al otro día, Mick terminaría el trabajo en la piscina del mismo Harrison hotel, clavando esa letra inconformista que ya es himno de multitudes. La grabaron cuatro días más tarde de paso por Chicago en el Ches Studio. 

En la misma ciudad y con la misma gente (los insatisfechos, no los Stones) Ottonello escribió esta novela homónima que transcurre en tan solo una de sus heladas noches y se consume al calor de tres actos, dos monólogos y una anécdota.

 

Julia y Juan son migrantes vip argentinos transplantados a esa urbe pionera en exterminar Potawatomis y con idéntico afán, inventar los rascacielos. Aunque inmersos en el ancho mundo de las corporaciones, por más vistas que el lago Michigan se afane en brindarles no alcanzan a mojarse en las cristalinas aguas de la satisfacción. El algoritmo de una aplicación de citas, moderno cupido a las órdenes de la diosa Tech, obró la ocasión de reunirlos en el pub más caro de la ciudad y bajo sus tenues luces los encontramos. Habituados a este tipo de citas, el diálogo entre ambos se transforma mediante el Puigueano recurso de mutear al otro, en el monólogo donde Julia se despacha sobre temas tan diversos como la paranoia social, el exilio, el uso del lenguaje y por sobre todo, los nuevos modos impuestos en las relaciones humanas por los caprichos de la citada diosa en la que ciegamente hemos apostado toda nuestra fe. 


“Esa comodidad y autoestima que uno desarrolla en su yo virtual se viene abajo en cuanto hay que poner-el-cuerpo y darse cita en un lugar físico” 

 

Sabemos que toda relación es también un campo de batalla donde cada uno despliega sus recursos en pos de lograr su hegemonía. Ser amado, deseado o añorado es el objetivo implicito en el juego y en ese trance está planteado el asunto. El equilibrio inicial de fuerzas entre ambos contendientes, con el correr de los tragos y la noche, comienza a mostrar tendencias definitivas cuando ella decide continuar la velada en su casa, una de esas urbanizaciones periféricas habitada por gente que gasta sábanas de seda blanca y choferes negros. Conocemos los detalles de ese segmento en la voz de Juan, cuya paupérrima perfomance en el plano sexual parece condenarlo irremediablemente a la interperie. 


“el sexo es siempre riesgoso, porque lleva la cuenta a cero. Hace reset.” 


Desperdiciada la posibilidad de emparejar el juego en lo físico, el final de Juan se anuncia como una copiosa nevada que amenaza con congelar la poca sangre que aún corre por sus amoratadas venas. Entonces, contra cualquier pronóstico, la narración de un evento sencillo parte el hielo de un hachazo y en ese golpe se concentra todo el valor reparador de la literatura. Acostumbrado a lidiar en el mundo corporativo donde los errores se pagan al contado, esa actitud casi magnánima deja prendado a nuestro partenaire, aunque la madrugada se acerca y otro día ya despunta en el horizonte. 

La doble negación en el estribillo de esa canción que dio la vuelta al mundo nos advierte sobre la posibilidad de no encontrar ninguna satisfacción. Quizás solo la estemos buscando en el lugar equivocado.





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