La primera vez que viaje solo a Bs. As. fue para visitar la Feria del Libro. Estaba en el último año del industrial y después de algunas escaramuzas, en casa terminaron por habilitarme el antojo, sobretodo por que la feria se concentraba en unos galpones al lado de la facultad de derecho, pegado al puerto, que casi conocía de memoria de tanto acompañarlo al viejo que era camionero.
Mientras recorría ese mar de libros, los escasos billetes ahorrados se empequeñecían de manera inversamente proporcional a mis ganas de rapiñar algún ejemplar. Debo haber pasado horas frente a aquel vistoso stand, con la edición de Respiración Artificial en mis manos y la intención machacando mi cabeza, hasta que el vendedor, quizá cansado de mi inquietante presencia, me tiro el precio por la cara con el propósito de quien patea un perro. Lo compré, echando mano a las últimas monedas reservadas para el taxi. Recuerdo que mientras pagaba, le pregunte a la cajera a cuantas cuadras estaba la Terminal; cuando me dijo un montón, no pensé que fueran tantas.
La semana pasada, armando por primera vez un stand en la Feria del Libro local, me acorde de aquella otra experiencia inaugural y volví a releer algunos capítulos de Respiración, redescubriendolo, revelando significados ocultos y es, casualidad o no, precisamente ese acto de re-lectura del pasado, el eje argumental de la novela, llevada adelante por tres personajes pertenecientes a una cadena generacional que atraviesa la historia argentina desde Rosas a los 70´: Un joven escritor que intenta conocer la verdadera historia de su tío, que se tomo el palo con una cabaretera, llevándose gran parte de la fortuna amasada por el abuelo de su suegro: un exiliado sifilítico y suicida, que había sido secretario del Restaurador. Los tres, a veces en tono epistolar o en lúcidos monólogos, irán re-animando (de allí el título) y reinterpretando la historia literaria y política argentina. Imperdible.
Mientras recorría ese mar de libros, los escasos billetes ahorrados se empequeñecían de manera inversamente proporcional a mis ganas de rapiñar algún ejemplar. Debo haber pasado horas frente a aquel vistoso stand, con la edición de Respiración Artificial en mis manos y la intención machacando mi cabeza, hasta que el vendedor, quizá cansado de mi inquietante presencia, me tiro el precio por la cara con el propósito de quien patea un perro. Lo compré, echando mano a las últimas monedas reservadas para el taxi. Recuerdo que mientras pagaba, le pregunte a la cajera a cuantas cuadras estaba la Terminal; cuando me dijo un montón, no pensé que fueran tantas.
La semana pasada, armando por primera vez un stand en la Feria del Libro local, me acorde de aquella otra experiencia inaugural y volví a releer algunos capítulos de Respiración, redescubriendolo, revelando significados ocultos y es, casualidad o no, precisamente ese acto de re-lectura del pasado, el eje argumental de la novela, llevada adelante por tres personajes pertenecientes a una cadena generacional que atraviesa la historia argentina desde Rosas a los 70´: Un joven escritor que intenta conocer la verdadera historia de su tío, que se tomo el palo con una cabaretera, llevándose gran parte de la fortuna amasada por el abuelo de su suegro: un exiliado sifilítico y suicida, que había sido secretario del Restaurador. Los tres, a veces en tono epistolar o en lúcidos monólogos, irán re-animando (de allí el título) y reinterpretando la historia literaria y política argentina. Imperdible.
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