22 ene 2011

El autobús perdido - John Steinbeck


Hace un par de días un cliente amigo que partiría rumbo a Buzios en plan de vacaciones, se acercó hasta la librería en busca de algún libro, con la sana intención de que su lectura acortara los 3000 km. que debería recorrer en colectivo para llegar a destino.
Le recomendé el autobús perdido al que adjunté a modo de promoción un marcador, no de páginas como era de esperarse, sino al solvente. Más de 40 horas pegado al asiento reclinable, en soterrada lucha con un desconocido por ganar la exigua comodidad de un simple apoyabrazos, solo se compensa, créamelo, con la lectura de semejante libro.
Juan Chicoy , un mejicano trasplantado en California, regentea un parador en el cruce de una ruta local que une dos carreteras principales; Quienes quieran llegar a Hollywood o las playas mexicanas viniendo del este, deberán hacer escala allí y tomar el destartalado “Sweetheart” que conduce Juan, hasta enlazar la ruta final de destino en San Juan de la Cruz. Su esposa Alice, junto a una dependiente, atienden el drugstore y Pimples, un jovencito acomplejado por su acné, le ayuda en la estación de servicio y el taller.
Un heterogéneo pasaje ha coincidido esta vez a bordo del bus lechero, que deberá tomar una ruta aun más alternativa que la habitual, debido a la crecida de un caudaloso río que amenaza destruir dos viejos puentes que jalonan el trayecto. Hasta aquí, la sencilla y mínima trama de la novela, que pone el zoom en el carácter, la personalidad, los móviles y sentimientos de los diez discordantes pasajeros, entre quienes se cuenta el Sr. Pritchard:
“Era un hombre de negocios, presidente de una empresa de tamaño mediano…sus pensamientos e ideas no se veían nunca sometidos a la crítica, pues de forma deliberada se relacionaba sólo con aquellos que eran como él. Detestaba a los extranjeros y sus países porque en ellos era difícil encontrar a sus iguales… En las ocasionales fiestas exclusivamente para hombres en que unas chicas desnudas bailaban encima de las mesas, el aullaba y bebía vino, pero había otros quinientos señores Pritchard allí con él.”
Quién viaja a Méjico de vacaciones, junto a su hija y su esposa Bernice:
"Había aceptado la libido inicial de su marido, y luego, de manera gradual y por medio de una reticencia leve pero constante, la había primero moldeado, después controlado, y poco a poco estrangulado… no quería ir a Méjico. Solo quería ver de nuevo a sus amigas después de haber estado allí. Mildred si quería ir, pero no con sus padres. Quería conocer gente nueva y rara, y a través de dicho contacto volverse nueva y rara ella misma."
Completan el pasaje Horton, un ex combatiente que recorre el país vendiendo artículos de bromas; el odioso y agrio Van Brunt al que la parca ya le pico el boleto; Nora, la fea empleada del drugstore que, harta de bancarse la histeria de su patrona, quiere probar suerte en Hollywood y Camille Oaks:

"Esa chica emanaba una sexualidad muy poderosa. Era la clase de chica a la que todos miraban al pasar. Algo tenía, y no era el maquillaje ni la forma de caminar, aunque eso también influía algo…no había forma de conservar un empleo normal, en las oficinas se armaba un revuelo cuando la contrataban. Ahora tenía un chollete…se desnudaba en despedidas de soltero y fiestas para hombres."
Dale, subí que quedan asientos. Te aseguro que vas a recordar este viaje mientras vivas.

1 comentario:

Santiago dijo...

me alegro de que esa persona que saco pasajes a buzios se haya llevado ese libro.. a mi me resulto muy interesante cuando lo leí. es realmente uno de mis preferidos por como se cuenta la historia